sábado, 15 de marzo de 2014

Envidia cochina

Hay dos cosas que no soporto en este mundo:

- La gente que tiene un blog y no escribe en él durante casi un año.
- La gente que confunde cualquier tipo de crítica (constructiva o no) con la envidia.

Cualquiera que me conozca lo suficiente (que no sois muchos, la verdad) sabe que no soy una persona envidiosa. Y no lo digo por fardar ni por hacerme el santurrón. No suelo sentir envidia porque, en general, la vida de los demás me interesa más bien poco.
Y no me refiero a que no me guste saber lo que hace uno u otro, si no a que en una escala del 1 al 10 la importancia que le doy a lo que le pasa a los demás tiende al menos 75.

Desde que abrí EstoyBailando.com las cosas en mi vida han cambiado muchísimo. Debería decir que para mejor; porque sí, es un gustazo poder dedicar mi tiempo y mi energía a algo que me gusta y me hace sentir bien. Pero tampoco te vayas a pensar que me es muy útil: seguramente me iría mejor como cajero en un Mercadona. Al menos podría ir a la sauna de vez en cuando sin sentirme culpable por pagar la entrada.

Y desde que decidimos liarnos la manta a la cabeza y organizar las fiestas Estoy Bailando la cosa se ha desmadrado. He conocido a mucha gente y mucha gente más me ha conocido, me han llamado para pinchar en varias fiestas en las que lo he dado todo y me lo he pasado en grande. Y he descubierto que a la gente le gustan las tonterías que hago cuando estoy poniendo música para que bailen los demás (y no me refiero sólo a mis coreografías de La Pelopony).

Pero también ha pasado algo que yo ya sabía que iba a pasar, y es que he descubierto que no se puede ser buena gente. Al menos no con todo el mundo.

Hubo una historia, hace unos meses, de la que a muchos ya os he hablado. No la voy a explicar por aquí, porque no me parece adecuado, pero sí que os puedo decir que esa historia se sumó a otras historias y todas desembocaban en el mismo lugar. Y surgió el conflicto.

Desde ese momento tomé una decisión: sólo voy a trabajar, apoyar y ayudar a la gente que es realmente agradecida. Intentaré no mezclar los temas personales (o medio personales) con lo profesional, pero hay una línea que no voy a cruzar y si creo que no eres, como mínimo, agradecido, no voy a dedicarte mi esfuerzo. 
Y el agradecimiento se demuestra de muchas formas, desde compartir un enlace en tu Facebook hasta ayudarte a encontrar un bolo que te ayude a pagar la factura del móvil. A veces es tan simple como invitarte a una copa.

Yo, lo reconozco, he pecado de bueno en alguna ocasión. Y del mismo modo que no soy una persona envidiosa tampoco soy una persona rencorosa. Y sé diferenciar entre las partes y el todo, y si tengo un conflicto con una parte no voy a ir a degüello a por el todo; porque entiendo que las otras partes no se lo merecen.
Pero estoy en mi libertad de expresarme, os guste a algunos o no, y decir y decidir con quién me gusta jugar y con quién no. Y si eso te supone un problema, el problema lo tienes tú. Y la solución la tienes que buscar tú.

Así que yo, con lo poquito que puedo hacer, decido no interponerme y dejar que cada uno haga lo que le dé la real gana. Y no creáis que no me lo ponen a huevo para poner la zancadilla, porque una de las cosas buenas de mi carácter es que no todo el mundo sabe que valgo más por lo que callo que por lo que hablo. Y creedme si os digo que me callo muchas cosas.

A mí no me gusta que se utilice y menosprecie mi trabajo como arma arrojadiza en una riña de enamorados, exenamorados y amantes. Tampoco me gusta que la gente me mire por encima del hombro; porque todos hemos empezado de alguna manera y el que ahora está arriba mañana está muy abajo. Que la vida da muchas vueltas y probablemente ni tú ni yo sabemos de dónde viene cada uno ni dónde vamos a acabar.

Y mucho menos me gusta la gente que se apunta el tanto que han marcado otros. Una cosa es estar seguro de ti mismo y de tu trabajo, saber venderlo y estar orgulloso de ello; pero eso no implica ser desagradecido ni tan poco generoso hacia el esfuerzo y trabajo de los demás.

Así que, como comprenderás, si te vas a dedicar (tu parte o tu todo) a menospreciar el trabajo que hacen o han hecho los demás antes, durante o después de ti; si la imagen que transmites no me genera confianza o si me me comentas algo en público o en privado o haces algo que no me inspira confianza y me hace pensar que, además, no eres siquiera una persona agradecida... Lo siento, pero yo contigo no juego.

Y me sabe mal por los que juegan contigo, porque no tienen la culpa. Me sabe mal incluso aunque confundan las cosas y piensen que si no quiero jugar es porque tengo envidio de vuestra pelota, que es más grande y más brillante y hace ruido cuando le das un chute.

Puede que, muchas veces, si me tragara el orgullo y la dignidiad y te pidiera porfa, porfa, porfa que me dejaras jugar con tu pelota me lo pasaría genial y hasta podría ir a la sauna todas las veces que quisiera. Pero prefiero seguir trabajando poquito a poco y ser fiel a mí mismo y respetuoso con todo lo que he hecho; porque al final he descubierto que es la única forma de que las cosas duren y sirvan realmente para algo.

Otro día, si eso, os hablo de la endogamia. Porque resulta que si no juegas con los chicos populares porque no te apetece, porque no crees que merezcan esa popularidad o porque simplemente te caen como el culo entonces también tienes envidia.

Qué fácil es llamarme envidioso y qué difícil es demostrar que mereces que te envidie.