viernes, 1 de junio de 2012

MOSCÚ!! (Segunda parte)

Fé de erratas 

Me avisan por el pinganillo de que hay un error en la entrada anterior. El Jamón Serrano que compramos en el súper no era Campofrío sino "EL POZO", y venía de Murcia. Desde aquí mandamos un afectuoso saludo a todos los murcianos que nos leen y les pedimos disculpas. 

DOMINGUEROS 

Nuestra intención era levantarnos relativamente pronto (en plan las 11:00 o las 12:00). Pero nos levantamos a la una y pico y salíamos del hotel pasadas las 14:00. Tampoco teníamos mucha prisa, la verdad.
Acababa de llamar al aeropuerto y me confirmaban que la maleta ya había llegado a Moscú y estaba de camino, que la traería un transportista por la tarde. Así que me registré en la habitación de Bercode y nos fuimos a la Plaza Roja. 
El metro de Moscú es una de las cosas más impresionantes que se pueden ver en la ciudad. No sólo por la cantidad de mármol que hay por todas partes, ni por los militares que lo vigilan como si aquello fuera un tesoro de estado (que en cierta manera lo es). El metro de Moscú es un sistema que funciona a la perfección, con trenes que circulan a una velocidad endiablada (de una parada a otra puede haber, perfectamente, varios kilómetros), que nunca van llenos hasta arriba (al menos yo nunca me subí a un vagón repleto cual lata de sardinas) y en el que nadie está para molestar ni que le molesten. Eso sí: ni un cartel en inglés. 

De hecho eso es algo endémico en toda la ciudad: toda la señalización está en cirílico, lo cual hace que sea bastante complicado guiarte a no ser que entiendas algunas letras o lleves una guía en la que las cosas estén escritas en cirílico y en cristiano. 

La Línea 1 no tiene ni siquiera señalización visual de en qué parada estás, así que tienes que estar muy atento contando las paradas que te separan de tu destino o mirando los nombres de las estaciones en las que paras para no despistarte. 

Al llegar a la Plaza Roja nos encontramos con alguna especie de evento deportivo que ocupaba casi todo el recinto. Había un pequeño control de seguridad en la entrada, pero nada engorroso. Además siempre se agradece ver a rusos sin camiseta o en pantalón corto haciendo deporte. La Plaza Roja me resultó un poco chof porque yo me esperaba una plaza interminable y mira, no. Es grande, sí, pero no es tan espectacular como esperaba. Al menos en ese momento no me lo pareció. No entramos en ningún sitio (la tumba de Lenin estaba cerrada). 
La Catedral de San Basilio es bastante impresionante, no tanto por su tamaño como por lo raras que son sus cúpulas hechas de heladitos multicolores. 

Al rico helado, señora.

 Vimos la picota en la que cortaban las cabezas de las gentes y lanzamos unas monedas pidiendo un deseo. Porque otra cosa no, pero los rusos parecen tener obsesión por lanzar monedas a los sitios. La mitad de los monumentos de la ciudad están cubiertos de monedas. Al menos durante un día, porque luego vuelves y se las han llevado todas. Una vez vimos todo lo que teníamos que ver y buscamos desesperadamente a Nadia Comaneci (hay un vídeo secreto que sólo veremos nosotros en el que me pongo a gritar ¿DÓNDE ESTÁ NADIA COMANECI?) nos fuimos a los Jardines de Alexander.

¿¿DÓNDE ESTÁ NADIA COMANECI??

Unos jardines muy bonitos en los que está la Tumba del Soldado Desconocido, un montón de flores (junto a las que los rusos no paraban de hacerse fotos, cosa que también comprobamos dentro del Kremlin, debe ser que en sus pueblos no hay flores de colores y les vuelven locos) y, por lo que leí en una web de mariconeo moscovita una guía turística, cruising. De militares. Nos metimos en una tienda de souvenirs y yo compré un par de chorraditas para la familia. 
Nos hicimos fotos en una especie de monumento a las ciudades rusas que, imagino, sufrieron mucho durante la II Guerra Mundial (porque tenían flores y tal) y compramos entradas para visitar el interior del Kremlin. 
Aquí se cumplió el dicho "No te fíes de un puto cartel ruso, porque seguramente es mentira". En la tienda de souvenirs vendían los tickets, pero como había cola y en un cartel al lado ponía que se podían comprar en la entrada fuimos a la entrada. Pero no se podían comprar. Bercode exclamó "¡Me cago en los muertos de Cristo!" y una mujer nos señaló y dijo: "Mira ¡españoles!". 

Así que volvimos a la tienda de souvenirs, compramos las entradas y nos metimos en el Kremlin mientras íbamos imitando a las Nieeeetah del Baptisteeeeriooooo. El Kremlin es un sitio bastante raro, porque es como meterte en el Poble Espanyol de Barcelona pero hay guardias con metralletas vigilando que no te metas en casa de Vladimir Putin por error. Muchas iglesias, todas con sus tejaditos dorados, un cañón gigantesco y una campana aún más grande. La campana de Iván el Grande está rota y yo aún no entiendo cómo pudo alguien pensar que eso se podía colgar en un campanario sin hundirlo. 

Cruzamos unos jardines monísimos llenos de niños y no tan niños que, de verdad, parecían no haber visto una puta flor en su vida. Allí le dije a Bercode que ya había visto al ruso feo, al ruso militar, al ruso con brazos más grandes que mi cabeza, al ruso esquelético y que sólo me faltaba ver al ruso gimnasta olímpico para darme por satisfecho. Entonces llegamos al acuerdo de que cantaríamos el "Quédate conmigo" de Pastora Soler en Eurovisión para avisarnos de que nos estábamos cruzando con un maromo impresionante. Si tuviéramos que pagar derechos por cada vez que la entonamos, estaríamos arruinados. (Luego también cantábamos lo de "Si no supe amarte amooooor..." para invocarles en caso de que no aparecieran por ningún sitio... y ¡funcionaba!)

Cuando nos cansamos de tanta catedral y tanta flor salimos del Kremlin (no sin antes cruzarnos con una señora un poco rara vestida de proletaria siberiana que iba hablando sola hacia una de las iglesias y que llegamos a la conclusión de que podía ser, perfectamente, la presidenta del senado ruso) y volvimos a los jardines de antes, buscando un sitio para comer. 
Un coche pasaba diciendo algo de Alexander y nosotros pensábamos que se había perdido un niño. Luego nos dimos cuenta de que estaban cerrando los jardines (claro tonta, los Jardines Alexander!!), pero aún no sabemos si porque iban a limpiar un poco o si es que había una amenaza terrorista o qué, y nos fuimos al McDonald's. Pero había mucha gente y acabamos en el Sbarro. 
Me gasté una pasta en comida (pizza, ensaladilla rusa y unas bolas de carne extrañas que estaban muy buenas, la verdad...) pero valió la pena porque estaba famélico porque no comía nada decente desde hacía dos días (con perdón al Jamón murciano). En el Sbarro estaban poniendo un concierto de música pop y allí tuve la primera revelación que más tarde me llevó a descubrir el gran secreto moscovita: por muchos iPads que tengan todos (que los tienen) siguen viviendo en 1994 y sienten adoración por Michael Jackson. 


LA DECADENCIA 

Después de eso nos volvimos al hotel porque estábamos reventaditos y aún teníamos que prepararnos para ir esa tarde noche a la discoteca Propaganda, que había fiesta gay. Al llegar a recepción y preguntar por mi maleta la chica me dijo que nada, que ni maleta ni nada. Y justo en ese momento entró el trnasportista con la misma y yo di saltos de alegría y nos fuimos a la habitación. 

Bercode se tiró en la cama y se quedó dormido. Y a Bercode es imposible despertarlo a no ser que seas un iPhone con setenta tonos de alarma diferentes. Esperé a ver si se despertaba de forma natural, pero nada. Lo intenté de forma artificial pero el experimento fue un fracaso. Me di un baño relajante y decidí salir a dar una vuelta por la zona. Duró poco, porque al llegar al final de la calle del hotel empecé a temer por mi vida y me fui al súper a por agua y al McDonald's a por cena. Como Bercode seguía sin despertarse, cené escuchando música y me tomé un cubata y al rato le vi aparecer por la esquina mirándome con cara de "¿Qué pasa, qué ocurre, qué es esto?". Yo le dije algo así como "Ahora es tarde, señora" y nos sentamos en el sofá un rato y mientras él hacía unos deberes un poco raros, dieron las 00:00 y cumplí 29 años. 

Como la cosa no se animaba, me metí en la cama. Al final ni fiesta eurovisiva, ni fiesta en Propaganda, ni borrachera de cumpleaños ni nada. 

Y encima en el Grindr eran casi todos feos, y los pocos guapos no me entendían. 

:'(


LA PLAZA ROJA (BIS) 

Bercode tuvo que levantarse muy temprano para irse a trabajar. Y en una de las setecientas alarmas del iPhone me desperté yo también. Chafardeé por el Grindr a ver si había alguien interesante cerca pero nada, así que me preparé para seguir turisteando por Moscú yo solito. Como no tenía muy claro qué ver ni qué me apetecía realmente hacer, volví a coger el metro para irme a la Plaza Roja a ver si me quitaba el mal sabor de boca de la visita del día anterior. 

Allí ya no había deportistas rusos, y aunque aún no habían terminado de retirar todas las vallas se podía apreciar mucho mejor que sí, que realmente la Plaza es jodidamente grande. La tumba de Lenin seguía cerrada (mal!) y no pude entrar a verlo, así que me fui a la otra punta y acabé subido a un puente en el quinto coño desde el que se veía parte de la Plaza, y una vista monísima sobre el río. En ese momento me di cuenta de que lo mejor que podía hacer era escuchar "The Russia House" de Jerry Goldsmith. Y lo hice. Gracias a esa idea (la de ponerme bandas sonoras de pelis) luego viví grandes momentos humorísticos que sólo entenderé yo así que no te los voy a explicar (pero lo pongo para que cuando tenga 90 años recuerde lo que me pasó). 

Moscú, 1953
Cuando me cansé de estar fumando en el puente me volví a la Plaza Roja y ahora la crucé pegadito al GUM, un centro comercial de lujo (aunque un poco hortera) en el que la gente tomaba refrigerios en las terrazas mientras escuchaba música clásica. Por lo visto todo lo que hay dentro del GUM es insultantemente caro, así que aunque tenía curiosidad por entrar me quedé en la calle haciendo otras cosas más productivas, como volver a los Jardines de Alexander para ir a la tienda de souvenirs y comprar más chorraditas

De ahí me fui al McDonald's, que a esa hora de un lunes no había tanta gente, y me armé de una Cheeseburguer y una Coca Cola para perpetrar el que, hoy por hoy, es uno de los mayores Highlights de mi vida. Volvía a la Plaza Roja, busqué en el iPhone "Rasputin" y me puse a comer mientras Boney M y Fangoria me deleitaban con ese clásico musical. 
Evidentemente, comer McDonald's mientras escuchaba los sintetizadores fangoriles en mitad de la Plaza me provocó un ataque de risa que hizo que los militares me miraran con cara de pocos amigos, así que tardé poco en irme. 

Me di una vuelta por un mercadillo que había cerca y comprobé que todos los souvenirs de todas las tiendas de souvenirs son exactamente los mismos. Y tampoco había otra cosa que no fueran souvenirs. Y certifiqué mi teoría sobre Michael Jackson al ver todas las postalitas, fotitos, muñecas rusas con su cara y demás inventos honrando al cantante. 

Cuando me cansé de no estar haciendo nada me volví al hotel un rato para esperar a Bercode que no tardaría en quedar libre. Me quedé frito. Y me despertó el Whatsapp diciéndome que al final llegaría bastante más tarde. 

Así que me puse a buscar por internet qué coño hacer esa tarde y tuve claro mi próximo destino: Vorob’yëvy Gory.

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